28 de julio de 2016

El origen de los sueños

    Sofía era una niña muy despierta y trabajadora. Cada noche se levantaba nada más salir la luna y empezaba sus labores. La pequeña rodaba ladera abajo hasta su taller y allí creaba e ideaba los más bellos sueños. Los sueños eran muy juguetones y bailoteaban alrededor de ella constantemente. Aunque era divertido, no dejaban que Sofía siguiese trabajando. Para educarlos, la niña creó las estrellas, unos contenedores tan bellos como los sueños y prácticamente igual de frágiles por fuera; pero muy resistentes por dentro. 

    Al introducir los distintos sueños en cada recipiente estrella, este se iluminaba y brillaba de un modo especial y único. Sofía estaba tan emocionada con el resultado que sin darse cuenta triplicó su producción habitual de sueños. Todos ellos eran alegres, esperanzadores, amorosos, valientes, fieles, luchadores, apasionados e increíblemente luminosos.

    Tantos y tantos imaginaba y guardaba, que empezó a quedarse sin espacio en su taller. Al terminar la noche, regresó a casa pensativa, ¿qué haría con tantos sueños? La pequeña se dio cuenta de que tenía que compartir sus sueños con todo el mundo y meditando en el modo de hacerlo posible se quedó dormida con el primer rayito de sol rozando su piel a través de la ventana.

    La noche siguiente corrió veloz hasta su taller, hizo unos cálculos con sus diminutos dedos y salió de nuevo bajo el cielo. Alzó los brazos como niña que llama a su mamá y una nube suave y dulce bajó hasta ella; la envolvió y solo se escuchaban las risas de Sofía. Finalmente, la niña entró a su taller y tomó todas sus creaciones y las subió con ella en la nube hasta lo más alto del cielo. Una vez allí repartió las estrellas por la inmensidad del manto celeste. Estas felices tintineaban y brillaban aún con más fuerza que antes. Cuando la niña terminó, estaba exhausta y se quedó dormida en su nube. El cielo se veía hermoso.

    Gracias a Sofía, cuando alguien se siente desolado, feliz, abatido, inspirado, eufórico, dubitativo, triste o inquieto, mira al cielo estrellado y encuentra allí justo lo que necesita: consuelo, ánimo, alivio, motivación, confianza, ilusión, paz y mucha luz.

21 de julio de 2016

Tipos de Nubes

En el mundo hay muchas cosas que impiden que veamos brillar el sol.

En ocasiones, una ligera niebla envuelve justo nuestro espacio más cercano dejándonos aparentemente ciegos. En esos momentos, es importante mantener la calma y aunque no seamos capaces de ver con claridad, debemos recordar el camino andado y la meta a la que queremos llegar. Es tiempo de centrarte en tus propios pasos y fijarte en lo más inmediato a ti. Así, poco a poco y con pisadas cautelosas dejaremos la niebla atrás.

Otras veces, en medio del azul celeste aparecen pequeñas nubes de condensación, blancas y esponjosas. Hay dos opciones, o bien admiramos la belleza del cielo y aprovechamos cada instante de sol antes de la llegada de otras nubes; o por en contrario, cargamos con el paraguas, la capa de lluvia, y no paramos de mirar esas nubes, concentrados por si crecieran, y dejamos de disfrutar de la inmensidad del cielo.

No todo en la vida es sol. A veces, cuando el cielo está encapotado y la sombra nos cierne, debemos dejar que llueva y no lamentarnos por ello. La lluvia limpia el aire viciado, riega los campos, llena los lagos... y al marcharse, somos capaces de respirar mejor y, bajo el arco iris, podemos disfrutar de muchas cosas que sin ella nos perderíamos.

Es verdad que el cielo, de vez en cuando, se enoja, se cubre de nubes grises y oscuras y grita con rayos y truenos. Es algo que con frecuencia nos asusta y nos bloquea. En esos momentos, hay que resguardarse y esperar que el mal tiempo amaine. No es mala la tormenta. Aprovecha y busca cobijo en el abrazo de una madre o de un ser querido. Cálido, cómodo y querido los nubarrones marcharán sin darte cuenta.

No importa como este el cielo. Sólo tenemos que aprender dónde mirar en cada momento y recordar que pase lo que pase, tras las nubes siempre está el sol.